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El discurso del odio con piel de oveja en Bolivia

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Publicado: 2021-06-28

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Usan la palabra democracia como un sinónimo de privilegio. En ese enmascaramiento, no siempre consciente (porque no siempre comprenden la incomunicabilidad de sus valores), “defender la democracia” es sin duda alguna defender una forma de gobierno en la que ellos, como casta y como clase, estaban al mando y se beneficiaban de ello. Lo mismo Carlos Mesa que Luis Fernando Camacho o Tuto Quiroga, Samuel Doria Medina y sus medios de comunicación (afines).

Dictadura entonces se vuelve el elemento de una oposición binaria con el que caracterizan a su oponente, no importa que éste ocupe legal y legítimamente las instituciones creadas por esa democracia que pretenden defender. En un país como Bolivia, con un escaso conteo temporal de democracia formal y tantas dictaduras militares como problemas nacionales en el pasado, pervertir el lenguaje es de alguna manera lo que les permitió un día de 2019 actuar no como masas insurrectas sino como ejecutantes en un escenario en el que todavía hoy socavan conscientemente todo gobierno que no les favorece, inclusive con el apoyo de policías y militares.

Inmersos en esa visión histórica, de dictaduras y democracias, el enemigo de los movilizados en 2019 resultó sin embargo ser el mismo de siempre: la gente pobre, los indios, los subordinados que habitan los peldaños más bajos de su economía. Pero eso no es una casualidad ni un error sino la expresión de fondo de sus creencias más añejas y sus pensamientos más firmes, que poco tienen que ver con la oposición a un dictador o la defensa a ultranza de la democracia como algo esencial para la vida política.

No se aferran a proclamar principios ni mucho menos a ideas. Se expresan con formas más simples, en unidades del lenguaje comprensibles facilmente y en apariencia positivas (o negativas si es para hablar del otro): democracia, justicia, derechos, dictadura. Viven en una dinámica en la que etiquetan todo, emocionados, y dejan su rastro en el uso maniqueo de palabras, en la expresión sin freno de sus pensamientos (ya “liberados” para imponer cualquier valor idiomático a sus palabras, y más allá de leyes y preceptos): una conjura de personas sin poder ni representación formal alguna puede llamar a su conjura “defender el voto del pueblo” o “detener el caos”.

Así las cosas, creen que su racismo es comprensible y tolerable luego de la denuncia de fraude electoral o que su desprecio por lo indio luego de 14 años de “dictadura” es aceptable... denunciar los errores, la opacidad y los crímenes de Evo Morales y su grupo de gobierno han sido una coartada para ser ellos mismos otra vez en la historia.

A partir de ese momento, en el que dejan fluir sus pensamientos y sus palabras, su estilo y sus acciones los revelan casi por igual. No son ni mucho menos sinceros y comprometidos ciudadanos, ni medios imparciales constribuyendo a la vida política, y pretenden que eso (sus medios y sus palabras) los convierta de nuevo en esa minoría mayoritaria que gobernó durante casi dos siglos un país inventado.

Carlos Mesa, en un tuit del 8 de noviembre de 2019, es un ejemplo del alto contraste mencionado. En disputa con Luis Fernando Camacho por las acciones a seguir para derrocar a Evo Morales, Mesa anuncia que no confrontará al actual gobernador de Santa Cruz “porque eso sólo beneficiaría a la permanencia del dictador”1.

El expresidente derrocado por una movilización popular en 2005 olvidó mencionar que Morales era, aunque se anularan las elecciones generales de ese año, el presidente democráticamente electo de Bolivia, algo que sí implicaba la carta que como líder de Comunidad Ciudadana envió al exvicepresidente Alvaro García Linera ese mismo día, anotando entre otras cosas que el gobierno de entonces terminaba su mandato el 22 de enero de 2020.

Claro que en el caso de su tuit es evidente que hablaba para quienes no solamente lo apoyaban sino que validaron la conjura en la Universidad Católica que decidió la sucesión de Jeanine Añez. La carta a García Linera, moderada en su tono al dirigirse a la cabeza de la Asamblea Legislativa Plurinacional, apuntala claramente la necesidad “de la preservación de la democracia”... que él mismo socavaría unos días después de varias maneras. Pero eso no es, otra vez, una contradicción sino un par de movimientos deliberados.

Lo mismo hay ejemplos recientes de esa binaridad resuelta con la derecha como demócrata (es decir, nomás como defensora de su propia forma de vida). Centa Rek es uno a mano. En días recientes la senadora de oposición por Creemos declaró que el Congreso del Bicentenario de los Pueblos, organizado en Venezuela, quiere reflotar una ideología que pretende “entronizar dictaduras”2. Rek abundó en su declaración, recogida entre otros medios afines por Página Siete: “Desearíamos que el Presidente de Bolivia fuera a otro tipo de cumbres, donde se habla del mundo democrático libre”, suponemos que donde quiera que este se encuentre.

Como a Carlos Mesa y a Centa Rek, el sentido y las formas de su expresión (su lenguaje particular) delatan a esa derecha pitita o cívica que desde 2019 pretende representar al conjunto de la población. Aún perdiendo las elecciones presidenciales de 2020 o viendo reducida su influencia política a las ciudades insisten en ese esencialismo sin freno que los hace valedores de la democracia y de la verdad.

Por ello hay que volver a leer sus textos y sus noticias, las de 2019 y 2020 tanto como las de hace unos días. Es en esas relecturas que es posible encontrar, creo, el núcleo ideológico que les permite convertirse ahora en ofendidos cuando hace 18 años estaban en otra posición. Un núcleo al que se aferran para resistir su decadencia (política) y pretenden seguir usando para contener los avances de la mayoría real, pobre y endurecida en este siglo: no vestirán con bayeta como algunos criollos hicieron hace 230 años para subordinarse al dictado de las huestes de Tupaj Katari, porque cerrando la puerta a otro modo de vida creen, vanamente, que su sobrevivencia está asegurada.

Abusan entonces de la diferencia para victimizarse, bajo la premisa de ser, una y otra vez, los defensores de su forma de vida (que expresan como única, como forma general de la vida política y social en Bolivia). Es una de las imposturas más recientes en la historia política global: decir que se es tolerante, racional y democrático es una máscara para su intolerancia irracional y autoritaria (lo hacen gobiernos y partidos, desde el poder y fuera de él); el peso de la negatividad cae así en sus oponentes, sus viejos enemigos.

Sin embargo, esa perversión lingüística en Bolivia oculta mal el rasgo fundamental de su realidad concreta, aunque ni Carlos Mesa ni muchos beligerantes ex funcionarios, que opinan en medios sobre todo lo posible, lo acepten: los pititas y la blanquitud camba son una minoría demográfica, política.

En un encendido texto publicado en su blog el 2 de febrero de 2020, para confirmar que se presentaba de nuevo como candidato presidencial a las elecciones generales, Carlos Mesa terminaba: “creemos representar los valores esenciales que harán posible la recuperación plena de la democracia y concretar una propuesta que está más allá de la conveniencia del momento o de los vaivenes del oportunismo”3. Las divididas ambiciones del sector de la población donde surgió y se cobija, así como los votos de ese pueblo que no conoce más que en los libros (algunos escritos por sus padres), harían regresar a Mesa a su casa ya sin prisas, con apenas 28.83 por ciento de los votos emitidos. Los valores esenciales de la democracia, pese a su retórica insistente, le negaron el mando.

De todos modos habrá que identificar las formas de reconducción patológica del lenguaje utilizadas por una derecha beligerante, no solamente porque se instalan en ellas como garrapatas sino porque, como ellas, su largo accionar sobre el cuerpo del lenguaje y el pensamiento ha conseguido enfermar a su anfitrión, eliminando toda posibilidad de diálogo en los mismos términos con los otros. No hay paridad ni terreno común cuando unos y otros hablan de cosas distintas y, sobre todo, cuando unos hablan desde una pretendida superioridad (sapiente y educada, civilizada) en la que repiten sin cesar lo que escribieron sus abuelos hace un siglo y los españoles que gobernaron Bolivia durante algunos siglos

La limitada forma binaria de los políticos y sus medios hace de los indios y los pobres una masa salvaje, maleducada... Mesa, Camacho y Murillo son tan racistas como cualquier otro mal ejemplo en la historia (en toda la historia).

Referencias

1. <https://twitter.com/carlosdmesag/status/1192831171404718081?s=20>.

2. <https://www.paginasiete.bo/nacional/2021/6/24/rek-congreso-del-que-participan-arce-morales-busca-entronizar-dictaduras-299149.html>.

3. <https://carlosdmesa.com/2020/02/02/preguntas-hechos-respuestas/>.


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El discurso del odio con piel de oveja

Sobre el discurso político de la derecha boliviana de hoy